Narraciones apátridas

Con la colección Paisajes Narrados se propuso la editorial Minúscula ofrecer una perspectiva original sobre un lugar, ya sea una ciudad, una región concreta o un paraje imaginario. Las ciudades blancas, una soberbia crónica escrita por Joseph Roth, fue el primer volumen de esta colección, que en 12 años se ha incrementado con una cuidada y dignísima selección de títulos de, por ejemplo, Nikolái Gógol, Marisa Madieri, Gyula Illyés, Ernst Weiss o Varlam Shalámov.

Narraciones apátridas, segundo libro del parisino Bilal Chomali, es la última referencia incluida en esta colección.

¿De qué lugar se nos habla en este libro? Aunque parecerá incongruente la respuesta que daré a esta sencilla cuestión (pues en efecto sabemos que la obra se ha incluido en una colección consagrada a presentar la visión de un lugar), lo cierto es que este libro se ocupa de un no lugar. O, siendo un poco más preciso, de varios no lugares.

Los no lugares han sido definidos por el antropólogo francés Marc Augé: “Si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un no lugar.” Para la antropología clásica, pues, la identidad, la relación y el pasado histórico constituyen el núcleo de todos los espacios objeto de estudio. Los no lugares, sin embargo, son espacios propiamente contemporáneos, pues no existían en el pasado. Son puntos de tránsito y de ocupación provisional, como los aeropuertos y las estaciones ferroviarias, los trenes y los aviones, los clubes de vacaciones y las grandes cadenas hoteleras, las autopistas, los supermercados, los parques temáticos. Nos recuerda Marc Augé que quien ocupa estos espacios mantiene con ellos una relación contractual establecida exclusivamente por, por ejemplo, el billete de metro o de avión, y no tiene en ellos más personalidad que la documentada en su tarjeta de identidad. Son espacios, en definitiva, del anonimato.

Ya se había interesado Bilal Chomali por este tipo de espacios, puesto que la acción de Autopista, su primer libro, discurre enteramente entre los rigurosos márgenes de esta clase de vías. Son estas Narraciones apátridas, pues, un conjunto de relatos que tienen lugar en la desolada quietud de una solitaria estación de servicio, entre el cosmopolita y anónimo ajetreo de un aeropuerto internacional, en el frenético y tenso trajín del metro de una gran ciudad o en un descampado suburbano que, sin ser ni una cosa ni la otra, marca la transición entre la ciudad y el campo. Enclaves anónimos poblados por personas anónimas. Lugares de tránsito en los que se respira una precaria cotidianidad y a los que, en principio, nadie acude por gusto. Sin embargo, todos los personajes protagonistas de los nueve relatos que componen el libro prefieren, por voluntad propia o por mera supervivencia, frecuentar estos espacios. Son sujetos todos ellos cuyo valor más preciado es la libertad de espíritu y el desarrollo de su propia identidad, personal, íntima y soberana, aspiración que inevitablemente colisiona con el fervor identitario y esencialista de la comunidad de la que forman parte. No han pedido estos individuos absolutamente nada, pero los propios miembros del grupo al que pertenecen (étnico, nacional, religioso, social) les han adjudicado o incluso les han impuesto una identidad colectiva que no necesitan. Pero, además, y en tanto que han nacido en el seno de una colectividad determinada, también padecen los perversos desatinos derivados del prejuicio. En cierto modo, pues, se encuentran en estos espacios del anonimato, en estos no lugares, libres de la "coacción totalitaria del lugar". Quien accede a estos espacios solo debe identificarse (nombre, profesión, nacionalidad) a la entrada de los mismos. Superado ese trámite, será tratado exclusivamente como individuo (pasajero, cliente, usuario) y experimentará así un precario sucedáneo de libertad.

“Tal vez”, ha dejado escrito el propio Marc Augé, “un día vendrá un signo de otro planeta. Y, por un efecto de solidaridad cuyos mecanismos ha estudiado el etnólogo en pequeña escala, el conjunto del espacio terrestre se convertirá en un lugar. Ser terrestre significará algo. Mientras esperamos que esto ocurra, no es seguro que basten las amenazas que pesan sobre el entorno. En el anonimato del no lugar es donde se experimenta solitariamente la comunidad de los destinos humanos.” 

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